“Temo
al hombre de un solo libro” (algunos lo atribuyen a santo Tomás de
Aquino, otros a san Agustin, otros vaya a saber a quíén…). Puede
entenderse en sentido positivo, sobre todo en los tiempos de las
famosas disputatio
medievales, para decir
que es de temer un contrincante que haya entendido bien a un autor o
al libro a partir del cual se disputa. O en sentido negativo –así
lo tomo yo– como que es peligrosa una persona que ha leído poco o
solo a un autor o a varios pero de una misma línea y no se permita
confrontar, abrir el juego, para llegar a una síntesis personal…
En
ese sentido la Exposición del Libro Católico siempre me pareció
una buena oportunidad de que los que a veces nos encasillamos en un
tipo de autores o temáticas, tuviéramos la posibilidad de apreciar
algo más universal (Katholikos)
o al menos saber que hay mucho escrito y publicado más allá de los
límites autoimpuestos de modo consciente o inconscientemente. La
oferta generosa y múltiple de todo el material publicado en nuestro
país (e incluso algunos materiales del extranjero) por editoriales
católicas no podía encontrarse así en otros lugares.
Cuando
en la década del ’70 di una mano en la biblioteca del histórico
Convento “San Carlos” de la ciudad de San Lorenzo me llamaba la
atención un espacio en lo alto de la estantería de libros llamado
“infiernillo” que contenía bajo llave los libros prohibidos por
el Index.
No era conveniente que cualquiera los leyera, por eso estaban bajo
llave; pero era provechoso que algunos (que no eran hombres de un
solo libro) sí los conocieran y estudiaran, por eso estaban…
Siempre me interesó escuchar otras voces y descubrir semillas del
Verbo incluso donde otros solo distinguían un desierto. Tal vez por
eso la Exposición del Libro Católico contó siempre con mi estima.
Y
Don Manuel Outeda Blanco merece un párrafo aparte. Siempre valoré
su honestidad, aunque no siempre coincidimos en nuestros modos de
percibir o entender algunas cosas. Él puede decirte con altura y
respeto (siempre llamándote Profesor, Doctor; Hermana o Eminencia,
según el caso…) cosas que otros no se animan a decir… Eso lo
valoro enormemente. Ojalá hubiera más laicos así en la Iglesia
para que se escuchen voces y puntos de vista diversos que siempre
enriquecen.
San
Agustín se acercó al catolicismos luego de escuchar a unos niños
que cantaban “Tolle
et lege” (toma y
lee) y de atreverse a tomar en sus manos las Sagradas Escrituras
venciendo sus prejuicios. Dios nos permita atravesar nuestras propias
fronteras, ir más allá de nosotros mismos, para leer a otros
autores e interesarnos por nuevos temas. Y que la Exposición del
Libro Católico siga ayudándonos a eso.
Espero
que cuando haya que escribir por las Bodas de Oro yo pueda todavía
hacerlo… ¡Adelante!
Gerardo García Helder
Buenos Aires, 18 de junio de 2017
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