Cuatro
decenios no es poco tiempo en la vida de una persona o de una
institución. Cuando Manuel Outeda tuvo la idea de organizar
anualmente exposiciones de libros católicos, no pocos fruncieron el
ceño. La experiencia no va a ser duradera, se decía. Los hechos
probaron lo contrario. El resultado no es casual sino fruto de un
esfuerzo mantenido en medio de dificultades muy diversas, algunas de
origen inesperado, pero siempre superadas.
Manuel
Outeda inició la serie de sus exposiciones, que mantuvo a lo largo
de tantos años, cuando comenzaba a alborear la decadencia del libro.
Dicha decadencia, al comienzo originada por la pereza natural de los
jóvenes, no pocas veces reluctantes a la lectura, que exige atención
y constancia, se fue agravando especialmente con motivo de la
aparición de los nuevos aparatos que intentaban “suplir” la
lectura, ya en decadencia. Los jóvenes comenzaron a mostrarse
siempre más y más renuentes a la lectura -cosa que no acontecía
tanto en generaciones anteriores-, y así lo que quedaba del hábito
de la lectura fue siendo reemplazado por la aparición de medios
supletorios. Fue entonces cuando el gran escritor norteamericano Ray
Bradbury, uno de los precursores en el género de historias de
ciencia ficción, mostró su ira con motivo del auge creciente de
Internet, y llegó a expresar su idea en forma vigorosa y ofensiva:
“Que quemen Internet en lugar de quemar los libros”. No fue aquél
un acto reflejo de los jóvenes, fruto de cierta aversión al libro,
sino una consecuencia de la pereza intelectual que por aquel entonces
se iba imponiendo.
¿A
qué se refería Bradbury con aquel “quemar los libros”? El autor
de numerosas obras, pero sobre todo de la llamada Crónicas
marcianas, acababa de escribir
un libro espléndido de ciencia ficción llamado Fahrenheit
451. Dicho número no es
arbitrario sino que señala la temperatura en la que arde un libro,
la temperatura necesaria para que se prenda fuego el papel. Frente al
creciente desprecio en relación con las obras impresas por aquel
entonces reinante, y su consiguiente abandono, aprovechó su novela
para hacer la exaltación del libro. A su juicio, los libros sólo
tienen dos olores, “el olor nuevo, que es bueno, y el olor a libro
usado, que es todavía mejor”.
De
allí concluye: “Mandé al infierno a Yahoo”. No que dicho autor
ignore, por cierto, la aparición y la multiplicación de los
llamados “libros electrónicos”, pero no dejó de señalar que
desconfiaba del dispositivo Kindle. “Esos no son libros”, afirmó.
En modo alguno constituye un dislate lo que afirma Bradbury. La
conexión que existe entre el papel y la persona es mucho más íntima
que la que se establece entre ésta y un aparato mecánico.
La
novela de Bradbury a que acabamos de referirnos describe la situación
de una sociedad en la que la autoridad política ha resuelto
desterrar los libros de su área de gobierno. Se establece por
decreto la entrega a la policía de todos los impresos. Como muchos
se niegan a hacerlo, o esconden sus libros bajo los colchones, la
policía va requisando todas las casas, y llevando las obras que
encuentra a las plazas para ser allí públicamente quemadas. Ello
hace que un grupo de rebeldes “inadaptados”, retengan por un
tiempo algún libro clásico, para aprender de memoria un capítulo
del mismo, y así mantener su recuerdo. Todos esos “locos” se van
luego a una isla donde cada uno de ellos va y viene repitiendo una y
otra vez el capítulo que ha aprendido de memoria, para que si alguna
vez se restauran los libros -y, consiguientemente, la cultura- se
puedan republicar los escritos abolidos por la dictadura
crematística.
La
defensa que Bradbury ha hecho de la palabra impresa lo llevó también
a encabezar una cruzada en favor de las bibliotecas, en vías de
extinción. “No creo que las bibliotecas estén obsoletas y no
permitiré que acaben con ellas, así me tenga que poner en medio
para evitarlo”, dijo este gran autor de literatura fantástica.
Tratando de ello, anticipó muchas de las cosas que el mundo viviría
en el siglo XXI. Ensayista, poeta, arquitecto y visionario, recordó
que hacía casi cuatro décadas había alquilado una máquina de
escribir en la biblioteca de la ciudad de California para entregar a
la imprenta Fahrenheit 451,
su obra cumbre.
En
el número 97 de la revista Gladius escribimos una nota bibliográfica
con motivo de la aparición de un reciente libro de Paul Auster,
llamado La historia de mi máquina
de escribir,
Ed. Planeta, Buenos Aires 2016, donde el autor hace el elogio del
aparato con el que ha escrito varios de sus libros y la consiguiente
crítica a los medios modernos a que alude el autor anteriormente
citado.
Si
Bradbury hubiera vivido entre nosotros hubiera sido un ardiente
entusiasta de la iniciativa que tomó Manuel Outeda al propulsar su
exposición anual de libros. La constancia de este último, virtud
rara entre nosotros, de casi 40 años, no deja de ser admirable y
digna de encomio. Somos testigos del poco apoyo que encontró para su
iniciativa incluso entre quienes hubieran debido darle un aplauso
categórico. La calidad de los libros seleccionados y expuestos, así
como el criterio no comercial sino cualitativo de los escritos por él
elegidos, han ayudado de manera contundente a la formación de los
católicos, sobre todo de la juventud, frente al disparate ideológico
tan promocionado en la actualidad.
Hoy
la crisis no sólo en la sociedad sino también dentro de la Iglesia
pasa primordialmente por lo doctrinal. Nada, pues, más importante
que introducir a la juventud en el conocimiento de libros realmente
formativos, exentos de errores, por difundidos que estén.
Felicitaciones, pues, a Manuel Outeda.
P.
Alfredo Sáenz
El R.P. Dr. Alfredo Sáenz S.J. en la Exposición del Libro Católico
El R.P. Dr. Alfredo Sáenz S.J. junto al Dr. Eduardo Allegri en la XVI Exposición del Libro Católico (Casa de la Educación, año 2004) |
No hay comentarios.:
Publicar un comentario